JULIO
El cubo de zinc lleno con agua fresca del pozo en el que flotaba la fruta del tiempo y alguna que otra botella, el gazpacho en una fuente escarconchá de porcelana blanca, la interminable hora de la siesta, la aparición de múltiples esoyones que lucíamos en codos y rodillas pintados de roja Mercromina y los melones y sendrías como postre encima de la mesa, eran las señales inequívocas de que estábamos en el mes julio, en pleno verano.
En la antigua Travesía de Chirinos que ahora tiene
por nombre calle Barco y que se encuentra frente a la hornacina de la Virgen,
vivía un vecino llamado Antonio Gutiérrez Medina. Este hombre oriundo de Jódar,
perdió el amor de su vida, su novia, y desde entonces dedicó todo su tiempo y
su cariño a los más jóvenes, precisamente esos mismos jóvenes de Acción
Católica serían los que le apodarían “El Viejo” debido a su diferencia de edad.
En 1958 quiso que los niños con menos posibles económicos disfrutaran de unos
días de vacaciones y convivencia en campamentos, tanto en la sierra como en la
playa. Debido a la proximidad y a la amistad vecinal, Antonio propuso y ofreció
a mi madre -en varias ocasiones- la posibilidad de que yo fuese a uno de esos
campamentos que serían gratuitos, a lo que ella nunca accedió, no sé si por
miedo a que me pasara algo o porque no nos significáramos demasiado con estos
movimientos cercanos al franquismo; creo que más bien era por lo primero. En
cualquier familia el hijo primogénito es el que les va abriendo las puertas a
los que vienen detrás, pero debido a mi corta edad y al temor de mi
progenitora, ésa no la pude abrir. Teniendo una oportunidad tan cercana nunca
la aprovechamos y nunca fui a campamento alguno, salvo el de la Mili. En la
actualidad se continúan llevando a cabo dichos campamentos, hoy enmarcados en las
actividades de la JACE.
El pilar-abrevadero que da nombre a nuestra calle,
fue en la infancia de todos mis coetáneos más que un icono. Era la fuente de
vida para los años de sequía, porque de sus tres caños había uno que todavía manaba
agua más potable que los demás, hoy desaparecido. Era el manantial de agua para
el ganado. El mayor tránsito lo tenía cuando las caballerías partían o
regresaban del campo, pero también cuando los vaqueros llevaban sus reses a abrevar,
tanto por la mañana como por la tarde. Curiosamente todos emitían un silbido
peculiar que animaba a beber a los animales, tanto los de pezuñas como los de
cascos. La mayoría de los vaqueros coincidían a las mismas horas, que era
después de los ordeños, teniendo que guardar su turno. Su organización era
improvisada, dado que las vacas entraban por el lado que daba al poniente y
salían por el otro, de esta manera no se cruzaban. También fue el agua extra
para la limpieza del hogar o para hacer la colada; de hecho y en algunas
ocasiones, también bajaban algunas vecinas a lavar allí la ropa. En ocasiones, el
pilar se convertía en un lugar de juego, aunque este entretenimiento no les
agradaba a los ganaderos y hombres del campo, porque les enturbiábamos el agua
y los animales no la bebían. Algunos hasta se bañaban, pero no era muy
recomendable por las ovas y las
sanguijuelas, pero sí que chapoteábamos, lanzábamos piedras y nos poníamos
tupíos.
JASA
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