
El germen de esta asociación cultural independiente en defensa del patrimonio monumental ubetense, tiene su raíz en 1998. A través de varias tertulias llevadas a cabo en la extinta tienda de Juan Barranco ubicada en los soportales de la plaza 1º de Mayo, se fue configurando un grupo heterogéneo de ubetenses que tenían como punto en común el amor al patrimonio monumental heredado. Y los seis se autoproclamaron Caballeros 6x4 o “Caballeros Veinticuatro” como resultado de la operación aritmética.
martes, 29 de diciembre de 2020
CABAÑUELAS PARA EL PRIMER CUATRIMESTRE DEL AÑO 2021
viernes, 27 de noviembre de 2020
PROCLAMA ANUAL DE LOS "VEINTICUATRO" APLAUDIENDO LAS INTERVENCIONES EN SAN LORENZO Y LA ERMITA DE MADRE DE DIOS
Como todo el mundo sabe, nuestro modus operandi lo focalizamos principalmente en la preservación de las piedras centenarias de esta ciudad patrimonial. Pues bien, aprovechando este momento, queremos lanzar un SOS para con la ermita de San Bartolomé, antes que desaparezca por completo. Hemos comprobado con gran alegría, que el Consistorio está interviniendo en la plaza adyacente, adecentándola y poniendo en valor un espacio agreste, por lo que animamos a nuestros dirigentes, para que inviten al obispado a que intervenga en dicha ermita y ambas entidades colaboren de la manera más conveniente, para que el monumento que preside este espacio y da nombre al lugar, muestre remozado su antigua belleza. También sabemos, de buena tinta, que el propietario de la torre de Garci Fernández quiere intervenir en ella, por lo que todo sumaría en este enclave histórico y con encanto.
Proclama dada el viernes 27 de noviembre de 2020, festividad de Ntra. Sra. de la Medalla Milagrosa, pidiéndole que nos ayude a sobrellevar esta catastrófica pandemia e ilumine a todos los que trabajan para curarnos de ella.
viernes, 13 de noviembre de 2020
NUEVO ATENTADO CONTRA LA CAPILLA DE LA SOLEDAD
lunes, 2 de noviembre de 2020
NUESTRO ADIÓS A "PACO SANTACRUZ"
sábado, 31 de octubre de 2020
MIS RECUERDOS DEL MES DE NOVIEMBRE
A pesar de comenzar con un día de fiesta, no era
precisamente el mes que más atraía mi atención. Todo se tornaba de un color
gris ceniza y en la calle se respiraba cierta melancolía, tristeza… brillaba
menos la luz y se alargaba la oscuridad. Irremisiblemente se acercaba el
invierno. Las chimeneas exhalaban el humo ceniciento del hogar desde el
arranque del día. Las flores de las macetas ya no se asomaban a corrales y
balcones.
EL
DÍA DE LOS DIFUNTOS
Era en los primeros días de noviembre cuando la
coqueta del dormitorio de mis padres cambiaba de aspecto, convirtiéndose en un
pequeño altar donde se le rendía culto a los muertos y a mí me daba un poco de
miedo. Allí, recostadas en el cristal biselado, estaban unas fotografías que
durante el resto del año dormitaban en una caja de lata que aún desprendía olor
a Cola Cao. Eran las fotografías de tres de mis abuelos. Delante de ellos se
colocaba un recipiente -un tazón de loza- casi lleno de agua y se completaba
con aceite usado para depositar sobre él unas mariposas encendidas que flotaban y lucían durante un día, hasta
que comenzaban a chirrear, siendo esa la señal que anunciaba su final. Eran las
luces para los difuntos, nuestros particulares santos. Aquellas mariposas
progresivamente fueron decayendo en uso para ser sustituidas por las velas
enfundadas en plástico rojo y hasta por otras imitaciones con alimentación de
una pila. En todos los hogares de antaño existía esa tradición que aún se
mantiene en las casas de algunos mayores.
Las
flores más populares que se ponían en las tumbas del cementerio eran las celosías,
conocidas popularmente como “Crestas de gallo” y les llamaban “las flores de
los muertos”. En las huertas de las inmediaciones dedicaban una parcela para
cultivarlas y en el mercado de abastos se vendían durante los días previos a
los Santos y Difuntos, para adornar los nichos y tumbas del campo santo. En la
actualidad, esta flor ha dejado de estar vinculada a dicha conmemoración e
incluso ha desaparecido de nuestro entorno.
GASTRONOMÍA
POPULAR PARA LOS SANTOS
La gastronomía popular tenía para estas fechas sus
especialidades concretas. Eran elaboraciones artesanales que se hacían en la
mayoría de las casas, humildes o no, pero en las nuestras sí que se elaboraban en
torno a la mesa de camilla y todos estábamos presenciándolas en derredor de
ellas. En ocasiones, queríamos participar y meter la mano, pero los padres no
nos dejaban, a lo sumo nos darían la tarea de echar el azúcar o la canela por
encima. Estos platos típicos consistían en las exquisitas gachas, que muchos mocicos las empleaban para hacer la
gracia tapando las cerraduras de las puertas de la calle, sobre todo donde
había mocicas. Otro plato estrella
eran los boniatos asados o batatas, espolvoreados de canela, todo un manjar
para los paladares de entonces. Las castañas asadas solían venderse en la Plaza Vieja en unos puestos cercanos a
los carrillos, o bien se asaban en viejas sartenes que se calentaban en la
lumbre e incluso en el brasero. Alguna que otra vez mi madre nos hacía calabaza
encalá. En las confiterías de la
época, como las de Camprubí, Lope o Pepico, se fabricaban otros productos que
también han llegado hasta nuestros días, como los Huesos de Santo o los Buñuelos
de Viento. Los ubetenses de más edad recordaban que, años atrás, hubo algunos vendedores
ambulantes que ofrecían estos buñuelos, destacando entre todos a uno que
llamaban “El Regaera” y que se situaba a la salida de los cines o bajo los
soportales de la plaza del General Saro (Plaza Andalucía) con su cesta de
mimbre al brazo para venderlos, pero él los rebautizó con el sugerente nombre
de “Pelotas de fraile”.
El eje en torno al cual giraba toda la vida en los meses invernales, era la mesa de camilla; y era el común denominador de todos los hogares que se convertía en el momento ideal para que nuestras madres nos hicieran una sartená de rosetas y culminar así la felicidad del día.
Texto extraído del libro 12 MESES DE MI INFANCIA. "Úbeda en los años 60 desde la calle Fuente de las Risas".
JASA
martes, 13 de octubre de 2020
MIS RECUERDOS DEL MES DE OCTUBRE
Comenzaba octubre un poco más tarde para los
chiquillos, porque la feria ocupaba los primeros días. Ya las jornadas eran más
cortas, la climatología inestable y la tristeza del otoño era evidente. Los
días y las luces cambiaban sus tonalidades. En un festivo y a mediados de mes,
nos llegaban los sones procedentes de la Academia de Guardias y horas más tarde,
con sus guantes blancos y tricornios, los alumnos inundaban la ciudad.
EL
BRASERO
Era a finales de este mes cuando se sacaban las
faldillas de los cajones de la cómoda y se vestían las mesas de camilla y acto
seguido el brasero ocupaba su lugar en el hueco bajo la mesa. Los braseros
serían los encargados de caldear las habitaciones, principalmente en las que se
hacía la vida, como las cocinas o los comedores. Estaban alimentados por las
ascuas procedentes de la lumbre o el fogón, aparte de la candela, orujo o
carbonilla; cuando no era así, se encendían en los corrales e incluso en las
puertas de la casa. Éstos, solían estar protegidos por la lambrera y custodiados por la paletilla que servía para remover el
rescoldo cada cierto tiempo, misión que realizaban los mayores. Los braseros, ocasionalmente
y cuando se habían pasado las ascuas, servían para asar algunos productos como
las castañas, las pieles del bacalao o las cebolletas. También se convertían en
el consuelo para calentar las frías camas en las noches de invierno. En las
casas de los señoritos, estos
braseros calientacamas eran de un metal bronceado y tenían un mango largo. A
muchos les vendrá a la mente los humeantes tizones en los braseros procedentes
de la candela que nos hacían llorar, nos atufaban e inundaban de una fuerte
pestilencia toda la habitación hasta que no acababan con su vida asidos por las
tenazas y ahogados en el corral dentro de un cubo de agua, aunque ya nos habían
impregnado la ropa de un desidioso olor a zorruno. Para remediar ese tufillo, mi
madre le echaba al brasero una cáscara de naranja y la estancia olía de otra
manera más agradable. La contraindicación de este calefactor artesanal estaba
en su combustión y a veces, quienes se quedaban dormidos sobre la mesa de
camilla, podían atufarse.
Hace
pocos meses encontré varios braseros arrinconados en el terrao de la casa de mis padres. Aún mantenían erguida su figura,
aunque su estampa estaba cubierta por el polvo y su finalidad sepultada por el
tiempo.
LA
CANDELA
En los años en que mi padre tuvo cabras, les traía
ramón y chupones de los olivos para complemento de su alimentación y ahorro en
pienso. Parece que estoy viendo los hachos
de ramón colgados en la pared y las cabras royéndolos hasta dejar las ramas sin
hoja alguna. Estos hachos o haces, ya de leña, los depositaba en un rincón del
corral para que se secaran y esperar la llegada del otoño para hacer con ellos candela.
Alguna vez lo vi junto al pilar de la Fuente de las Risas formando una pira con
los haces secos. Cuando ya habían prendido y antes de convertirse en ceniza, el
rescoldo lo iba apagando poco a poco en el momento justo para que hiciera una
cocción ahogándolo. Era un arte saber cuándo la candela estaba en su punto y
convertirse en combustible para el brasero. Una de las últimas veces no terminó
de apagarse bien y comenzaron a prenderse los sacos cuando ya estaban
almacenados en la cuadra.
Había otras maneras de hacernos con la candela, bien comprándola al “Alpargate” que la vendía por las calles a lomos de su burro y con el serón cargado, o en la carbonería de Rosa “la torrecampeña” que tenía un lúgubre y ennegrecido almacén en una casa que hacía esquina con la calle 18 de Julio y González. Allí, aquella mujer oriunda de Torredelcampo, vendía por celemines la candela (picón), orujo, carbón y carbonilla, siempre con una mano protegida por un guante negro.
Texto extraído del libro "12 MESES DE MI INFANCIA. Úbeda en los años 60 desde la calle Fuente de las Risas". JASA
lunes, 28 de septiembre de 2020
PROGRAMACIÓN DE LA ATÍPICA FERIA DE SAN MIGUEL DE ÚBEDA 2020