sábado, 29 de enero de 2022

“LA CALLE DEL PRÍNCIPE”

Foto, José Ventura Gordillo
(Hacia 1930)

Foto, Juan G. Barranco Delgado (Año 2019)

 Entre la maleza, las ruinas y algunos corrales colindantes,

aún se insinúa buena parte del trazado de esta antigua calle

Aprovechando el último escrito en este medio en el que hablábamos de la casa del capitán Cotrina y de paso salía a colación la calle o callejón del Príncipe, vamos a dedicar esta semana a conocer algo de la historia de esta cegada y desaparecida calle.

Dicha historia se basa en unas manifestaciones que hizo en su día Josefa Dueñas Valero a nuestro caballero Heráldico. Esta vecina contaba entonces la edad de 96 años, aunque de memoria prodigiosa y vivacidad extraordinaria narraba unos hechos que tuvieron lugar en la década de los 20 del pasado siglo y que hacen referencia a la calle que da título a este trabajo. 

La calle del Príncipe corre paralela, por el sur, a la de Cotrina y es una de las quince calles que se circunscribían en la parroquia de San Juan Evangelista; las demás eran: calle de la Cuesta, plazuela de los Priores, calle Hondonera, cuesta de San Juan, plazuela de San Juan, calle Alameda, calle Ejido, lonja Perdiguera, calle Llana, calle Muñiras, calle Bravo, Tenería Grande,  calle Robledillo y por último calle Ceñuelo.

En cuanto a la del Príncipe comenzaba en la calle Saludeja y terminaba en el camino que baja a las huertas, casi frente a la calle de la Mancebía la cual pertenecía ya a la parroquia de San Lorenzo, o sea, que empezaba detrás de las ruinas de la antigua tenería que hay en lo bajo del Arroyo de Santa María o casa del capitán Cotrina de la que ya hablamos en el número anterior.

La tal Josefa contaba que, por la década de los años 20, se registraban muchos robos por la noche en las huertas colindantes, tantos, que los hortelanos o el ayuntamiento, para atajar aquel expolio contrataron los servicios de un señor para que vigilara la zona desde el anochecer hasta el amanecer. Aquel guarda se apellidaba Bussión y de apodo le llamaban “Barquica”. Y fue tanto el celo que puso este vigilante en su misión que, a las pocas noches, halló al autor de aquellos hurtos.

¿Y cuál era la identidad de ese avispado ladrón? Resulta que en esta calle del Principie (o callejón), antes de la guerra civil sólo había tres casas habitadas y en una de ellas residía un señor forastero que vivía de la caridad, pues era cojo, el cual para desplazarse usaba dos muletas y en una de ellas llevaba una campanilla para avisar de su presencia; pues hay que indicar que además de ser lisiado también era sordomudo, o sea, una persona que infundía compasión y lástima a quien lo veía.

Este “pobre hombre” resultó ser un granuja de tomo y lomo, pues cuando llegaba a su casa, ya hablaba, oía y no necesitaba de muletas para andar y por la noche –junto con dos amigos de su misma calaña- se encargaban de robar lo que más les gustaba de las huertas vecinas, guardando los productos robados en su casa en una especie de fosa que tenía en la casa. No sabemos cuál sería el castigo que le fue impuesto a este falso y avispado mutilado, pero lo que sí hay que reconocer es que era un astuto e ingenioso delincuente.

Y serían varios casos de este tipo los que se dieron aprovechando la poca vecindad de la calle y la fácil accesibilidad a las huertas desde ella, que el ayuntamiento tomó cartas en el asunto y decidió cerrar al tránsito esta vía, tapiándola, tanto por arriba como por abajo cuando ya no había acceso por ella a ninguna vivienda.