Repartidor de pan del horno de los Pozas
Por JASA
Mi madre, primeriza, me parió en este hermoso mes donde tiene su comienzo la primavera, aunque ese año el invierno no se iba. Y nací en esta calle rozando las ocho de la mañana, cuando sonaba la sirena en la fundición para que los obreros comenzaran su jornada de trabajo. Pero fui algo impuntual en mi llegada a este mundo, no por mi culpa, sino porque la comadrona, Rafaela, estaba asistiendo a otro parto.
Mi madre, primeriza, me parió en este hermoso mes donde tiene su comienzo la primavera, aunque ese año el invierno no se iba. Y nací en esta calle rozando las ocho de la mañana, cuando sonaba la sirena en la fundición para que los obreros comenzaran su jornada de trabajo. Pero fui algo impuntual en mi llegada a este mundo, no por mi culpa, sino porque la comadrona, Rafaela, estaba asistiendo a otro parto.
LOS
HORNOS
Muy cerca de nuestro entorno había cuatro hornos de
pan. El de “Pacote”, que luego pasaría a Pedro Lindes, era el que estaba algo
más distante en la calle San Marcos. En mitad de la calle González se
encontraba el que tenían Cándido y Azorit; precisamente éste último, cuando
desapareció su panadería a comienzos de esta década, tuvo una taberna arrendada
en lo alto de la calle Chirinos. El horno más cercano se encontraba haciendo
esquina con el final de la calle Chirinos y el Altozano al que conocíamos como
el de “Carcunda”. Los recuerdos de éste son más lejanos pero sí veo en mi mente
a la hija de aquella familia que nos despachaba el pan y las tortas tras una
ventanilla de madera. Cuando desapareció el de Ramón Bussión “Carcunda”, toda
la vecindad se volcó con el horno de Antoñillo
que arrancó también en la calle González y en 1963 se trasladó a la calle
Fuente de las Risas, junto a la fuente pública. Al fallecer Antonio en 1966,
tomó las riendas su viuda y comenzamos a reconocerlo como el horno de Anita.
En estos tiempos no
había tanta variedad de panes como en la actualidad. Entonces, las
presentaciones más frecuentes, se contaban con los dedos de la mano: la
mollaza, la rosca, el bollo, el “facal” y el pan de picos que era el más común,
y como algo especial fabricaban: las tortas de azúcar o de manteca, los ochíos,
los bollos de pan de aceite y los violines, antecesores de los piquitos.
Del horno de Anita
guardo recuerdos nostálgicos y muy gratificantes. Sobre todo era en las
vísperas de Semana Santa cuando dichos obradores tenían una demanda de trabajo
extra, porque los clientes podían hacerse in situ sus elaboraciones y acto
seguido introducirlas en el horno. Después de que los dueños cocieran todo lo
necesario para su venta particular, daban la posibilidad a los parroquianos
para que allí hiciesen sus madalenas, el pan de aceite y los hornazos, previo
pago de una pequeña cantidad, bien en especie o en metálico. Aquel jarrucheo me encantaba, principalmente
cuando vertíamos la masa caldosa de las madalenas en sus moldes blancos de
papel rizado. Algunos o algunas, empleaban la picaresca a la hora de retirar
los hornazos una vez cocidos y se llevaban los más grandes. Para evitar el
posterior enfrentamiento, las mujeres previsoras los marcaban haciéndoles una
señal o marca a los huevos, incluso poniéndoles su nombre con lápiz. No
siempre, pero en algún momento de estas elaboraciones y para aprovechar la
pringue de las orzas de la conserva, ésta la empleaban como aceite para hacer
tortas o bollillos que sabían de otra
manera y tenían un color rojizo, aunque no eran los más populares. Ni que decir
tiene que el asado de los pimientos rojos en la tahona era todo un manjar, y no
digamos cuando llevaban nuestros padres las cabezas de corderos al horno,
siendo su degustación toda una fiesta. La harina también se tostaba para los
bebés y con ella se hacían las primeras sopas. Aparte de las vísperas de Semana
Santa, los hornos tenían un importante trasiego en los previos a las Pascuas para hacer algunas
especialidades.
Recuerdo otro obrador
al que iba con mi padre para llevar haces de leña seca que empleaban para
encender el horno. No le pagaban en dinero, sino con vales de pan que
consumiríamos cuando era necesario. Éste se encontraba en un lugar de trazado
muy tortuoso porque, para acceder a él, había que ir por unos callejones y la
carga con los haces de la leña sobre la mula casi rozaba la fachada de algunas
casas. Se trataba del horno de la familia Ruiz “Perchera” en el barrio de San
Lorenzo, cuya entrada principal estaba por la calle Ventaja pero la descarga de
palos y leña se efectuaba por los corrales que daban a la calle Los Redondos.
Texto extraído del libro en imprenta 12 MESES DE MI INFANCIA. "Úbeda en los años 60, desde la calle Fuente de las Risas".
Texto extraído del libro en imprenta 12 MESES DE MI INFANCIA. "Úbeda en los años 60, desde la calle Fuente de las Risas".
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