Plaza de los Olleros en los
años 80.
Este enclave fue otrora
el epicentro de la industria del barro
No crea el lector que
la apacible y coqueta plaza de los Olleros que ahora contemplamos fue siempre
así de recoleta y tranquila. Esta plaza desde tiempo inmemorial y hasta la
década de 1940, tenía un aspecto muy diferente debido a que era el epicentro de
toda la industria artesanal que había en su entorno, sobre todo por la gran
cantidad de talleres de alfarería de varios; unos se dedicaban a fabricar el
vidriado para útiles del hogar, como pucheros, ollas, platos, lebrillos,
cazuelas, jarras, bacines y otras piezas menos usuales. Luego estaban otros
obradores del barro que se dedicaban a realizar piezas de más envergadura, como
cántaros, orzas y tinajas. También había otros de alfares a los que llamaban
tejares que se dedicaban a la confección de piezas para la albañilería, como
los atanores, varios tipos de tejas, baldosas y ladrillos. A todos estos
alfares venían multitud de arrieros foráneos para hacer sus cargas y
transportarlos a infinidad de pueblos para venderlos. Todo este ajetreo tenía
su centro neurálgico en dicha plaza, en la que se formaba una estampa
pintoresca con centenares de personas, decenas de carruajes y sus
correspondientes caballerías. Por esa cantidad de movimiento, se establecieron en
la plaza dos posadas para albergar a los transeúntes.
Al
margen de toda la industria artesanal relacionada con la alfarería y heredada
de los musulmanes que se establecieron por esta misma zona, también nos
podíamos encontrar varios molinos aceiteros, como el de Gassó, Manuel de la
Blanca, el de la Mandrona y el de Bernardino. A estas fábricas de aceite acudían
buena parte de los cosecheros de la ciudad para traer su aceituna.
Para
completar dicha estampa, había que añadirle una densísima población de
condición humilde que vivía hacinada en casi todas las casas. Alrededor de esa
numerosa vecindad, se instalaron varios negocios más, como una mercería, varias
tiendas de comestibles, un horno de leña de pan cocer, una carpintería y por
descontado otras tantas tabernas donde tomaban los vecinos el vino peleón acompañado
de unos aperitivos muy diferentes a los de ahora, como los pajarillos fritos,
alcarciles, habas verdes, garbanzos torraos, papas cocidas, boquerones y cosas
similares. Mientras tanto y en muchas ocasiones, los clientes se jugaban unas
partidas a las cartas, entre los que se encontraban aquellos que no tenían
trabajo o al menos fijo, como los jornaleros y los campesinos que no podían ir
al tajo por culpa de la lluvia.
Rincón de la Plaza de los Olleros en 1993.
Paco Martínez “Tito”, Paco
Garrido
y Juan Martínez “Tito”.
Manuel
López Sarmiento, Francisco Alameda,
Antonio Moyar “Toni” y sentado Paco López
Sarmiento, vendiendo en Cazorla.
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