Por JASA
Comenzaba octubre un poco más tarde para los chiquillos, porque la feria ocupaba los primeros días. Ya las jornadas eran más cortas, la climatología inestable y la tristeza del otoño era evidente. Los días y las luces cambiaban sus tonalidades. En un festivo y a mediados de mes, nos llegaban los sones procedentes de la Academia de Guardias y horas más tarde, con sus guantes blancos y tricornios, los alumnos inundaban la ciudad.
Comenzaba octubre un poco más tarde para los chiquillos, porque la feria ocupaba los primeros días. Ya las jornadas eran más cortas, la climatología inestable y la tristeza del otoño era evidente. Los días y las luces cambiaban sus tonalidades. En un festivo y a mediados de mes, nos llegaban los sones procedentes de la Academia de Guardias y horas más tarde, con sus guantes blancos y tricornios, los alumnos inundaban la ciudad.
LOS
ZAPATOS GORILA Y SU PELOTA DE GOMA
Nada más acabar la feria, en la escuela se emprendía
un camino trimestral que nos llevaba hasta la Navidad. Y este camino lo
recorríamos con nuestros nuevos zapatos de la marca Gorila que eran los más
resistentes para los chiquillos, aunque un poco más caros que otras marcas. Si
por algo se distinguía ese calzado, no era por su estética -bastante clásica
por cierto- sino porque dentro de la caja también venía una pequeña pelota de
goma de color verde con la que jugábamos y presumíamos ante la chiquillería. La
inversión que nuestros padres hacían en este zapato había que amortizarla al
menos durante un par de años, para lo cual nos compraban un número mayor del
necesario y en la punta le metían algodones para que nos quedaran ajustados y
no se nos salieran. El primer calzado de esta marca me lo compraron en la
zapatería El Rayo, cuando ésta se encontraba en la parte trasera del mercado de
abastos. Creo que dichos zapatos los llegó a heredar mi hermano Juan que venía
detrás de mí.
LOS
TÍSICOS, EL TÍO DEL SACO…
Para romper la inercia que llevábamos los chiquillos
de todo el verano con juegos en la calle y sin horas para entrar en casa,
nuestros padres tenían unos cómplices. El primer aliado era un tío que llevaba
a cuestas un saco y a todos los nenes que viera fuera de su casa al anochecer,
los metía en él y se los llevaba, no se sabe adónde. Pariente suyo y con las
mismas intenciones despiadadas era el Tío Mantequero, que nos sacaba las
mantecas para con ellas hacer jabón.
Cuando íbamos creciendo
esos “tíos” quedaban muy infantiles y no nos amedrentaban demasiado. Sin
embargo, nuestros mayores tenían solución para todo y se inventaron unos
personajes tétricos, macabros y peores que los anteriores a los que llamaban
“tísicos”. Éstos sí que nos acojonaban, porque nos chupaban la sangre y luego
la vendían. No sabíamos cómo eran ni qué aspecto tenían para evitarlos y poder
refugiarnos en las casas de un brinco. Nuestra imaginación de niños les ponía
la figura de un ser con hábito pardo, pudiéndoles reconocer por el calzado,
dado que no llevaban sandalias sino zapatos. La verdad es que para tenernos
controlados y meternos el resuello dentro del cuerpo, no bastaba con los
consejos o las órdenes, sino que contaban -como hemos visto- con aliados tales
como La Tía Tragantía, el Tío del Saco, el Tío Mantequero, el Tío Marango, Los
Tísicos y hasta el Coco. A pesar de estos miedos, ningún chiquillo de aquella
infancia hemos arrastrado trauma alguno.
Texto extraído del libro en imprenta 12 MESES DE MI INFANCIA. "Úbeda en los años 60, desde la calle Fuente de las Risas".
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