martes, 1 de octubre de 2019

LA PLAZA DE LOS OLLEROS (y II)

Vista desde un alfar. Foto Ventura año 1927

A mediados del siglo XX,
 este lugar fue perdiendo la importancia que tuvo tiempos atrás

Por aquellos tiempos ya lejanos, tanto la plaza de los Olleros como la calle Valencia y otras del barrio, tenían mucha vida; vida que le daban sus numerosos vecinos cuando iban de acá para allá con sus quehaceres diarios. O iban y venían acarreando sus cantaros y cubos de las fuentes, una ubicada en esta plaza y la otra la Fuente Nueva. O esa población extra que se acercaba a este arrabal para comprar algunos cacharros. O ese número ingente de arrieros que con sus bestias y carros venían para hacer la carga con piezas de barro cocidas. O aquellos otros que traían a estos hornos el barro de las canteras para convertirlo en piezas de alfarería. También transitaban por aquí numerosos campesinos y hortelanos que, iban o venían después de labrar sus fincas que tenían en la “villabajo”, y los olivareros para llevar la carga de aceituna a los diferentes molinos. Muchos vendedores ambulantes se dejaban ver por esta zona voceando sus productos o mercancía, como los carboneros que visitaban a sus clientas, los “afilaores”, etc., etc., y todos ellos hacían que la plaza y el barrio fuera un hervidero de personas.
También era característico ver transitar a grandes rebaños o hatajos de cabras y ovejas que salían de la ciudad por la mañana para pastar de día y volver al anochecer. O sea que esa zona más bien era un sinvivir, pues las mujeres como buenas amas de casa, maldecían -con razón- a tanto animal que ensuciaba la calle con sus boñigas y orines. Los alfareros se unían a dichas protestas dado que a lo largo de sus aceras sacaban y exponían una muestra de sus artículos, corriendo el peligro de que los animales e incluso los niños jugando les rompieran alguna pieza.

Pero todo ello comenzó a declinar cuando apareció el menaje de porcelana con su conocida marca San Ignacio, los cubos y barreños galvanizados, los platos y vasos de Duralex, etc., y esta industria de la arcilla cayó en picado, viéndose muchos artesanos abocados a cerrar sus talleres para dedicarse a otros menesteres u oficios. Otros, se unieron a la corriente emigratoria que comenzó en estos años, por lo que las casas dejaron de ser un hormiguero de personas, igualmente las bestias de carga, las cabras y ovejas se perdieron de los hogares y ello fue lo que convirtió a esta plaza y su entorno en el oasis de paz y tranquilidad que ahora conocemos, aunque perdiendo su estampa romanticista que en estos dos escritos hemos querido reflejar.

José Alameda Jiménez con la carga de cacharros
por el Real. Año 1930

José Alameda y Paco Gómez (hermanastros)

Paco López Sarmiento y detrás, 
Juan "Tito" y Fco. Palma Burgos

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