Los “Caballeros Veinticuatro”, después de un tiempo
prolongado apareciendo en estas páginas y en las redes sociales, van a tomarse
un respiro, decisión que también agradecerán nuestros gobernantes aunque en
estas jornadas quedan a merced de la jocosa satírica del Carnaval. También se
lo agradezco yo, porque su lugar lo ocupará mi escrito.
Cuando llegamos a
cierta edad, todo lo pequeño cobra para nosotros mucha más relevancia y
valoramos las cosas más insignificantes. Con el permiso de los lectores voy a
contar una de esas pequeñas historias.
Un buen día de
primavera, brotó una hoja alargada en un cubito de hojalata lleno de tierra que
había en el patio de la casa de mis padres. Mi madre dejó que aquello creciera
para ver qué planta era. Con el paso del tiempo comprobó que le había nacido
una palmera de manera natural sin que ella la sembrara. Conforme iba creciendo
la cambiaba de tiesto hasta que acabó dentro de una gran orza, la misma que en
mi infancia siempre la había visto repleta de chorizos envueltos en una manteca
colorá. La palmera fue alcanzando medidas considerables para el patio y mi
madre comprendía que aquel árbol necesitaba un espacio más amplio para que
creciera desahogadamente.
Todos los paseos de sus
últimos años de vida, mi madre y mi padre caminaban desde su casa hasta la
“Paellera” del final del “18 de Julio”. Mientras paseaban por el círculo de ese
parque mirador y contemplaban la zona ajardinada, Mariana -mi madre- siempre decía:
¡Mira qué buen sitio para plantar la
palmera y así la vería todos los días! Pero la muerte no avisa y aunque lo
haga, nunca creemos que sea el definitivo, a pesar de que venga con el
documento certificado.
Al poco tiempo de su
fallecimiento me puse en contacto con algunos miembros de Parques y Jardines
hasta que me llevaron a Rafael Marcos, el jefe técnico del área. Le comenté la
idea de mi madre y desde el primer momento me prestó atención, barajando la
posibilidad de ubicar la palmera en el lugar que ella quería, aunque
posteriormente vimos otros enclaves. Fueron pasando los meses y a mediados de
enero un operario del Ayuntamiento llamó mi atención para comunicarme que en
breve se podía plantar la palmera, aunque no sería en el lugar que yo le había
insinuado últimamente, sin embargo la iban a poner en una esquina de los jardines
que circundan la “Paellera” y muy cerca de la calle Fuente de las Risas donde mi
madre pasó casi toda su vida. ¡Si es el
sito que mi madre quería! -exclamé con grata satisfacción.
El lunes 20 de febrero era
replantada la palmera en el lugar que mi madre siempre había soñado. Desconozco
los cuidados y los mimos que le tengan los de mantenimiento, pero sin lugar a
dudas, éste que les escribe recorrerá con frecuencia el camino que años atrás
hacían sus padres, para “echar un ojo”
a la “Palmera de Mariana”.
Desde aquí aprovecho
para dar las gracias al Ayuntamiento y al servicio de Parques y Jardines por
hacer posible cumplir un sueño que ha tardado un año en hacerse realidad, pero
se ha hecho y ha permitido que esta planta abandone la soledad de un patio deshabitado,
para ser parte de la belleza de nuestra hermosa ciudad.
JASA
JASA
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