En la entrega anterior sacábamos a colación, -con cierta
dosis de ironía- el tema del laurel que se halla en la lonja del Hospital de
Santiago y que cada año que pasa está más frondoso, llegando algún día a eclipsar
la fachada de tan señero e histórico edificio joya del Renacimiento andaluz. De
paso, también hacíamos alusión comparativa con el ciprés que hace poco tiempo
fue plantado delante justo de la fachada de la casa de Lorenzo de Medina, que
media entre los Juzgados y la puerta de La Consolada de Santa María por la que se accede a
la iglesia durante casi todo el día (menos mal que alguien con dos dedos de
frente ya lo ha quitado hace poco de dicho lugar).
Nuestro colectivo piensa, y lo
hemos referido en numerosas ocasiones, que el entorno de los edificios
históricos y monumentales debe permanecer exento de arbolado. Cuando el
forastero se desplaza a nuestra ciudad atendiendo al reclamo monumental y
patrimonial, lo que sus ojos quieren presenciar son los monumentos o edificios,
y no los árboles que un buen día fueron colocados, tan desacertadamente, por la
mano del hombre-político (o mujer) que aún hoy en día le cuesta trabajo
reconocer que se equivocó. Y una vez que crecen y se hacen mayores, a los
ecologistas (a los que respetamos y algunos caballeros nos posicionamos a su
lado) les duelen -ya no que se talen- sino que se trasladen de lugar a esas
especies arbóreas. También hay que decir –por otro lado- que hay muchos
ubetenses que piensan como nosotros y que a ellos también habría que
escucharlos.
Jamás nos opondremos a la
plantación de un ciprés ante el torreón que hay en el extremo oeste de la
fachada de Santa María, ni tampoco en jardines, ni parques, ni terraplenes, ni
taludes… ni en la mismísima Cañada Real del Paso. Cuando las cosas se hacen
bien, siempre estarán bien hechas.
Por plantar árboles a diestro y
siniestro no se es mejor concejal o mejor alcalde. No sabemos si muchos
ubetenses recordarán que, cuando se realizó hace varios años una reforma al
Paseo del Mercado, alguna mente iluminada se le ocurrió plantar cipreses (otra
vez cipreses) en el perímetro exterior del paseo. En un principio eran pequeños
y casi no entorpecían la visibilidad, pero ahora que han crecido están
ensombreciendo una de las portadas góticas más bellas de la ciudad como es la
principal de la iglesia de San Pablo.
Y ya que estamos enfrascados en
manifestar nuestra postura y “echarnos algunos enemigos más”, nos sentiríamos
muy satisfechos si un buen día algún responsable político de esta área se
atreviera a quitar el árbol (otra especie de ciprés) que entorpece desde fuera la
visión del patio del Hospital de los Honrados Viejos de El Salvador. Ese
coqueto y recóndito rincón ganaría mucho.
También y con el paso del tiempo,
vemos cómo los árboles (entre los que hay cipreses) que se colocaron a diestro
y siniestro delante de los lienzos de muralla del Rastro, la Redonda de Miradores o en
el Huerto del Carmen, ahora han crecido y crecerán aún más, siendo un estorbo
para contemplar la majestuosidad de estos centenarios muros. Los artífices de dichas
plantaciones deberían documentarse antes y comprobar si delante de las murallas
-por ejemplo- de Ávila, Lugo, Badajoz, Oviedo, Plasencia, Peñafiel, Molina de
Aragón, etc., etc., hay mucho arbolado.
Tal vez estas quejas, denuncias o
consejos (si vienen al caso), caigan en saco roto (o no), pero lo que aquí
exponemos ya se llevó a cabo hace años en muchas plazas y núcleos monumentales
de la geografía española, como es dejar que los monumentos luzcan en todo su
esplendor, porque de no ser así puede llegar el día en que la espesura de los
árboles no nos deje ver…
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